jueves, 5 de enero de 2012

Una extraña sensación de soledad? (Mayo 23, 2007)

“Pero te pido que no me dejes metido en el infierno de tus labios” – resonaba el tono de mi voz aquella noche unas cientocincuentaochomilnovecientostreintaycuatro veces, para ser más precisos, y ella solo sonreía con esa carita de niña estúpida que me fascinaba tanto. Lo sabía, por supuesto. Y después de su sonrisa irónica volvió a morderme, pero esta vez con un deseo tan impredecible y una ternura tan hipnotizante que hizo erizar mi piel, como cuando mirábamos la luna abrazados con tanta efusión

Sin duda solo existíamos los dos en el espacio y nada más importaba. Sus mordidas poco a poco se fueron transformando en el insomnio actual de mis noches recientes. Pero esa noche, mientras ella me observaba con cautela, la situación se convertía en una cadena viciosa interminable, primero ella con una ligera mirada asomaba su lengua por sus labios y me daba a entender que la felicidad que transcurría lentamente por sus venas, era inimaginable. Consecuente, mi alegría brotaba por medio de sonrisas, y así duramos toda la noche, riéndonos del viento quizá, o de la manzana verde que se había comido media hora atrás, o quien sabe por qué, pero de que la aclamada felicidad rondaba en ese cuarto, eso nadie lo niega.


Sus manos lo decían todo; yo solo quería volverme parte de ella, de su cuerpo, tan solo un minuto. Pero nada fue como quise que fuera, el barco que apuñalaba su espalda me hacía llenarme de recuerdos, recuerdos en los que ella por obvias razones estaba incluida. “Un barquito para cuando quieras escapar a algún lugar” escribía con su puño y su letra; uy como adoraba esa letra!, me decía esa noche mientras me dejaba llevar por las olas de aquel cuadro que permanecía a sus espaldas, ella solo observaba. Y tal como el diminuto cabello del asesino en la escena más tétrica de un crimen, ahí estaba su firma.


Detrás de los vidrios que adornaban sus ojos, me miraba con un anhelo tan pútrido; tanto, que hacía que mi alma se fuera desintegrando milésima a milésima, segundo a segundo, minuto a minuto. Pero la adoraba. Y mientras se acercaba y entrelazaba sus dedos con los míos, mi cuerpo se iba desvaneciendo poco a poco y no duré más. Solo el eco de un “watch out, love bites” quedó como recuerdo a mi antigua existencia.

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